Había un mueble en un rincón de la casa, sobre él se apoyaban el teléfono y la guía telefónica. Sobre el mueble se solían apoyar otras cosas como vasos y botellas cuando algún que otro visitante pedía algún alimento. Era marrón, con patas torneadas, finas y negras.
Un día mi papá me preguntó dónde estaba la linterna, la buscaba para arreglar el auto. Hacía un rato me había aburrido de jugar con la linterna y mis soldaditos, señalé sobre el mueble diciendo – está ahí, arriba del aparador-. Eso no es un aparador – replicó apurado mi papá, fijó su mirada en mis ojos y arqueó una ceja. Parecía por unos momentos que se había olvidado que tenía que arreglar el auto.
Eso es un combinado, boludo -. Volví a mirar al mueble y luego a mi papá -, todos los muebles donde se apoyan cosas se llaman aparador – argumenté, absolutamente seguro de que aquel mueble se trataba de un aparador. En mi cabeza de seis años, la palabra aparador se parecía más a ese mueble que la palabra “combinado”.
No, papi – me dijo – es una radio y un tocadiscos. Volví a mirar el aparador al que él llamaba combinado, esperé unos segundos y habiéndome arrepentido de antemano, pregunté – ¿por dónde le sale el sonido? -.
Arqueó esta vez ambas cejas, negó un poco con la cabeza y me dijo que vaya con él. Caminamos hacia el aparato, él empezó a sacar las cosas que estaban arriba. Agarró un sobre, dijo que mamá había lo había buscado durante días y me ordenó que se lo llevara.
Cuando volví el mueble ya no era el mismo, en la parte derecha tenía una tapa que se levantaba con una bisagra en su parte trasera. y en la parte izquierda una tapa que bajaba con una bisagra en la parte de abajo.
Volví a mirarlo a mi papá – ¿viste que era un combinado? ¡Boludo! -. Yo no dejaba de pensar en cómo no tuve acceso a semejante juguete antes. ¿Para qué sirve? Le pregunté intentando mostrar interés en su verdadera utilidad, cuando en mi cabeza lo único que había era la imagen de mis soldaditos girando en el redondo de arriba.
Mi papá, fiel a su fanatismo por el suspenso, sonrió un poco y me dijo que a la noche me daría cuenta de para qué servía aquel aparato que había dejado de ser un mueble para transformarse en juguete.
Ese mismo día era navidad, ese día en que viene papá Noel y siempre me traía algo que yo no había pedido. Siempre parecido, pero nunca igual. Fue la únicaen la que el regalo y los cohetes dejaron de interesarme porque ya tenía el combinado. Había pensado en que la siesta del día siguiente asaltaría aquel aparado con mi ejército de soldaditos.
¡Vení, Victor Hugo! – me ordenó mi papá cuando vio que ya me había bañado y vestido para la cena antes de las doce. El combinado estaba en el patio, ya sin polvo y enchufado en un prolongador que llegaba hasta la cocina. ¿Dónde pusiste la antena de esto? – me preguntó. Le respondí que yo ni sabía que llevaba antena y le pregunté si era como la antena de la tele que estaba arriba del techo.
Cerró los ojos unos segundos, movió la boca como si jugara a las escondidas y le tocara contar a él. – ¡Negra! – Llamó a mi mamá, – ¿Dónde está la antena del combinado? -. ¡Qué carajo sé yo, Jorge! ¡Hace rato teníamos que tirar eso!
Se me llenaron los ojos de lágrimas pensando que me iba a quedar sin juguete el día de navidad.
¡Esperá, nomás! – dijo mi papá. Me ordenó que trajera las pinzas, un martillo y un clavo. Una vez que se los llevé, lo vi sobre una silla y tocando la chapa del techo. Hizo un hueco en la chapa, usando el clavo y el martillo y sin hacer caso a mi mamá y mi tía que insistían en que nos inundaríamos la próxima vez que lloviera.
Peló un cable que salía del combinado que era más fino que el del enchufe y ató el alambre a la chapa del techo de casa. Bajó de la silla y movió una palanca escondida bajo el combinado.
Se escuchaba un sonido como si alguien estuviera arrastrando las zapatillas constantemente en un camino de tierra seca. ¡Funciona! gritó con una sonrisa grande. Yo le dije que no tenía nada de música. Me respondió que en este país no hay ninguna radio como la gente, que trataría de buscar algo con las ondas cortas.
¿Qué es país, papá? – le pregunté. Giró la cabeza para mirarme, nunca lo vi tanto tiempo sin parpadear, volvió a mirar al combinado y me señaló una palanca. ¿Ves eso? – Dijo – ahí dice AM, FM y SW… Siempre tiene que estar en SW si querés escuchar ondas cortas, la palanca bien abajo. Vamos a buscar una radio brasileña, esas siempre ponen linda música en navidad. Una vez que la palanca está ahí abajo giras el dial hasta que encuentres una música que te guste, no la gente que habla, esa gente le hace mal a la radio, la radio es para escuchar música y el locutor que interrumpe la música con su voz es un irrespetuoso. ¿Me escuchaste?
¡Si, papi! – dije aunque no había entendido nada de lo que dijo anteriormente. Papá empezó a girar un redondo del combinado que parecía un alfajor hasta que encontró un tipo que hablaba raro. Le pregunté porque el señor ese hablaba así, que no se le entendía nada. Me respondió que el señor ese hablaba portugués y que en unos minutos empezaría la transmisión ininterrumpida de música.
Todos siguieron en casa haciendo los quehaceres navideños, el señor inentendible de la radio no dejaba de decir cosas inentendibles. Después de mucho tiempo de aburrimiento hubo un silencio, – ahí está – dijo mi papá y empecé a escuchar el mejor tema, que jamás había escuchado hasta ese momento. Le pregunté a papá si la canción tenía nombre, me dijo que seguramente lo tenía, le pregunté cuál era el nombre y solo obtuve como respuesta a mi papá encogido de hombros.
De adulto la tecnología me permitió dar con aquel tema emitido desde el Brasil a través del combinado para que mi yo de seis años lo escuchara por primera vez. Se ha dicho muchas veces que la felicidad consta de estar aquí y ahora. Quizás sea una felicidad reservada para personas que no pueden tomarse unas vacaciones viajando hasta un lugar donde las cruces pesan menos.

La idea es escribir tanto pero tanto, que la casa se llene de cuadernos, que haya tan poco espacio que cuando entre la luz del sol tengamos que salir nosotros. Después prenderemos fuego la casa, o editaremos para no ser leídos.
Influenciado por el realismo sucio, el periodismo Gonzo y la literatura visceral, soy un trabajador de la palabra y un fracasado vocacional. Tan solo un hombre que escribe Literatura sin TACC.
0 comentarios